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Aitor Sol Fuentes Rodríguez

Mi nombre es Aitor Sol Fuentes Rodríguez, vivo en Salamanca desde 1990, año
en que nací. Algo más tarde de nacer, hacen lo propio un hermano y una hermana, Iván y Luna, con quienes comparto a dos padres desde entonces, Yolanda y Janda. Mis abuelos, compartieron y comparten todo con nosotros. Lo físico. Y lo intangible, tal y como es la sabiduría de quien aprendió viviendo cuando el futuro se tenía que hacer día a día para estrenarlo mañana y gastar poco, por si acaso no queda para pasado (y todavía no sé en qué báscula podría nadie pesar esos valores).

 

En un primer momento, si puede llamarse así, vivimos en el Barrio de La Vega,
en Salamanca, más tarde nos mudamos a Villares de la Reina, un pueblito a tres
kilómetros de la ciudad. Hemos tenido diferentes mascotas: perros, peces, basiliscos, gecos, iguanas, ratones y ahora un San Bernardo llamado Vodka. También, desde que tengo uso de razón, en mi casa ha habido música, instrumentos de mi padre, cuadros
de mi madre y mucho ruido.

 

Estudié educación infantil, primaria, secundaria y bachillerato en el Colegio
Montessori de Salamanca y lenguaje musical y piano en la Escuela de Música Sirinx. Aunque lo que soy es percusionista desde los 4 años, cuando mi padre me trajo una batería y desde entonces estudio con diferentes bateristas hasta la adolescencia y golpeo cualquier superficie lisa, hasta hoy mismo. En clase soy un niño interesado, pero me paso el día dibujando.


En 2006 participo en la expedición Ruta Quetzal de ese año “A las selvas de la
Serpiente Emplumada” y recorro junto a otras doscientas personas los países de
México, Guatemala, Belice y España durante un mes y medio. En este viaje descubro que me gusta hacer fotos, que las razas son una invención lingüística, que la cultura se hace andando y que las fronteras son un dibujo que la orografía jamás planificó. Allí descubro a “Aitor”, más o menos, todavía en proceso de cocción.

 

En el año 2008 comienzo Comunicación Audiovisual en la Universidad
Pontificia de Salamanca y Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; porque lo que me gustaría es que me pagaran por pintar y escribir, o por escribir, o por pintar, o no sé, mamá, ¡yo que sé! Dejo Bellas Artes por problemas logísticos. Aún no tengo coche y los horarios de ambas carreras se solapan. En la pontificia voy poco a clase, pero leo muchos libros en un banco o en el coche que me regalan mis padres tiempo más tarde, en el parking. En tercer curso dejo Comunicación Audiovisual. Estoy tirando a la basura el dinero de mis padres, el tiempo mío, el tiempo de algún profesor que crea que puede conseguir algo de alguien que no quiere “ná”, ni entiende “ná”. Y se me olvidó devolver el libro de la ponti de la entrevista de Truffaut a Hitchcock . Paso un año en “barbecho”. Hago poco. Grabo un disco con unos punkys, trabajo a ratos con mi padre en su empresa, pierdo el tiempo, y pienso que encima, tengo razón, y que me
jode no tener novia. Paseo un montón, tengo un iphone y empiezo a hacer fotos. Fotos raras, sin filtros: es la única condición. Fotografía sin toxina botulínica: fotos sin botox.


En ese proceso me doy cuenta de lo que me importa la imagen, de que es parecido a pintar, de lo que siento al buscar la perspectiva más aberrante y de lo versátil que es el iphone y lo fácil que se rompe. Ese es el momento en que cojo la cámara que hay en casa. Nivel dos del videojuego de la fotografía. No sé qué hacer con mi vida. ¿Qué hubiera sido de mi si hubiera estudiado biología marina? ¿Mi media de selectividad me sirve para otra cosa? ¿Cuándo tendría
que haber empezado a desarrollarse la vida en otro planeta (no necesariamente del sistema solar) para que coincidamos en tiempo cósmico como especie inteligente con otra? Vuelvo a hacer selectividad para subir nota y poder entrar en la pública, que la ponti es carísima, a ver si termino lo que me queda de Comunicación. Una odisea. Los planes de estudios se resumen a otros cuatro años, convalidaciones incluidas. En la pública estudio guión, radio y fotografía. Me gusta, me motiva. Aprendo de los profesores (algo) y de los compañeros (mucho). Creo en el equipo, pero una visión personal lo es todo. ¡Hay que contagiar y contagiarse! Hago fotos, voy a clase, hago fotos, trabajo con mi padre, hago fotos… El iphone es divertido, pero la cámara es precisa, nítida y sincera.

 

En la universidad pública desarrollo mi vocación por escribir, por hablar en
radio y en especial por la imagen, tanto vídeo como fotografía. Durante el verano de 2013 instalo una exposición con el material acumulado hasta entonces. También participo en proyectos audiovisuales de distinta índole, siempre responsabilizándome de cuestiones de imagen, música o dirección del montaje de los materiales. En 2015 realizo las prácticas universitarias en la Agencia Ical, en Valladolid. Nivel tres del videojuego: no tengo ni idea de fotografía. Eduardo Margareto, Rubén Cacho y Miriam Chacón me enseñan que no sólo importa el sujeto a retratar, sino que hace falta que no haya un extintor de fondo, que el flash modifica los gestos naturales y que disparar con el enfoque manual en prensa es un gran error, es más rápida la cámara... ¡ah¡ Y
que en blanco y negro ven los perros. Las fotos tienen color desde los años cuarenta, aunque existan fotografías actuales que pidan a gritos la sobriedad del blanco y negro.


A finales de 2015 viajo junto a mi tía y a mi primo pequeño a México. Mi tía
se hacía llamar “ladybag”, en alusión a la cantidad de mochilas y bolsas en las que llevar lo necesario para mi primo. Mi primo, que no merece un capítulo, sino un libro entero aparte, y la mochila en ese viaje se la llevé yo. Mi tía dice 
que soy su “sherpa” o “caddy”, yo digo que somos colegas, y chocamos con el puñocerrado. Compartimos afición por Michel Camilo (mi tía, mi primo y yo) y por los océanos (él y yo, sobre todo). Este viaje me sirvió para aprender a hablar sin palabras (mi primo se comunica a través de un libro de pictogramas), para elaborar kilos de paciencia y para poder tener un reportaje fotográfico de las yubartas o ballenas jorobadas, el animal favorito de mi primo. Aprendí, sin embargo, que las ballenas saltan si hay varios machos y hembras en la misma zona, no si has ido tú preparado con la cámara. En este viaje comprendí que cada ser humano es diferentes al resto y que para tener paciencia sólo hacía falta tiempo (esto no es mío, es de Saramago), y que la sociedad tiene quizá que reasignar el concepto de “primera clase” o “clase VIP”. Yo soy caddy sólo de vez en cuando. Mi tía es un superhéroe todos los días de su vida.


En 2016 realizo junto a compañeros de la facultad un documental acerca del graffiti en nuestra ciudad, “What is this? Graff it is”. El proyecto universitario transciende su frontera y se convierte en nuestra única asignatura, consiguiendo una calificación de Sobresaliente en el interior del aula y “un puto diez, tíos”, en el exterior.


El verano de 2016 consigo un periodo de dos meses de prácticas
extracurriculares (no obligatorias y no remuneradas) en el dominical “El día de
Salamanca”, en donde desempeño, junto a Solete Casado Navas, la función de toma de fotografías, edición y tratamiento de la imagen para el maquetado del periódico.


En febrero de 2017 vuelvo a desempeñar mi función de caddy o de primo
mayor y viajo con mi primo y mi tía a la caza de auroras boreales en Finlandia, con la suerte de contar con las explicaciones del investigador Javier Cacho y mi tía, ambos físicos y soy testigo de uno de los eventos naturales de mayor dimensión. El cielo baila sobre tu insignificancia a una escala inconmensurable. En esta ocasión ya tengo los conocimientos técnicos y el equipo adecuado para fotografiar la aurora y cedo después las capturas a la organización dedicada a la planificación de los viajes, “Greenland Adventures”. De cualquier manera, no hay foto que haga justicia a un evento de tal magnitud e intensidad. Y mi tía sigue siendo un superhéroe a veinticinco grados centígrados bajo cero.


En la actualidad me encuentro terminando el trabajo de fin de grado, una serie
fotográfica que trata el recorrido de la materia prima desde su origen hasta el
consumidor en la ciudad de Salamanca. Mi teléfono sigue roto, mi primo quiere ver las cataratas de Iguazú, yo entiendo aproximadamente un uno por ciento del mundo (y me basta), creo saber quién soy y qué es lo que no quiero ser de mayor. Pero mientras siga siendo un niño, pretendo dedicarme íntegramente a la imagen… y a Beatriz, la chica más linda del tercer planeta a partir del sol.

Nunca tuve un reto tan complicado como intentar observar los años que ya he vivido… aún arriesgándome a no ser del todo objetivo, trataré de ceñirme lo máximo posible a la realidad e intentaré “resumirme”.
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